viernes, 24 de abril de 2015

La Corporación


El día que lo iban a despedir, Fidel se bañó apresuradamente y, arreglándose a la volada, salió del edificio, que lo escupió a la calle. Ya suelto en el desagüe urbano, llegó rápidamente a su paradero donde tomó una mototaxi. Llegó a tiempo. Fidel se alegró el haber superado sus tardanzas pasadas, algo por lo que estuvo a punto de ser sancionado por sus jefes.

Él trabajaba en La Corporación, expresión usada tradicionalmente para designar al Instituto de Emergencias y otras Necesidades, que, según la publicidad, es una “reconocida compañía médica con una trayectoria de más de cuarenta años al servicio de los más necesitados y la población en general, y que cuenta con los mejores médicos y enfermeros de la ciudad”. A Fidel, que era enfermero de profesión, le gustaba el perfil progresista de La Corporación, y creía que su salario relativamente bajo era pasable en la medida que al menos le garantizaban un empleo estable, como en ningún otro lugar del Perú.

Empezó su jornada temprano, su papel en sala de emergencias le hacía testigo de muchas tragedias humanas, pero curiosamente le causaban menos tensiones que las recientes llamadas de atención que había recibido. Últimamente le observaban todo: desde su manera de vestir hasta su actitud a los pacientes. Un día, uno de ellos se quejó porque Fidel "lo había mirado mal" y tratado despectivamente. Aquella vez, le impusieron un memorándum haciéndole recordar que "los pacientes eran la razón de ser de La Corporación".

Lo extraño es que, en su incomodidad por la presión extrema, Fidel observaba que el resto de sus compañeros de labor cometían arbitrariedades el doble de graves que de lo que lo acusaban. ¿A ellos también les presionarían y reprenderían? ¿O es que había un especial interés en que él (justamente él) sintiera el poder de La Corporación? Junto a esas reflexiones, venían recuerdos relacionados con ciertas críticas que en alguna oportunidad deslizó sobre la precariedad de su paga. ¿Sería desde aquella vez en que La Corporación lo miraba con malos ojos?

Pero Fidel se había esforzado en ser leal. Muchos de sus compañeros decían de él que, a pesar de que no era muy conversador y más bien se mostraba aislado, se notaba cierta seriedad en su labor. Que era una pena que hubiese acabado como acabó, ya que la manera en que lo despidieron estaba creando zozobra entre los demás integrantes por su propia estabilidad, algo que en La Corporación no estaban teniendo en cuenta. Fidel había corregido cada una de las falencias que le observaron, claro que aparecían otras dificultades, pero también las iba corrigiendo en cuanto era consciente de ellas. Nada hacía prever lo que le hicieron.

A las 9 y 30 de la mañana del día que lo despidieron, Fidel estaba atendiendo a sus pacientes, cuando lo llamaron de la oficina de Recursos Humanos. El encargado de dicha área, que siempre esbozaba una sonrisa muy afable a todos sus dependientes, esta vez estaba acompañado del Director General. Fidel pensó que al fin iba a recibir el aumento de salario que tanto había anhelado con paciencia. Pero lo que recibió fue el siguiente informe:

Señor Fidel, queremos informarle que en la etapa que usted nos ha apoyado hemos podido observar problemas en su desempeño. Los pacientes se quejan de que usted no los trata con paciencia. Además, sus compañeros afirman verlo aislado e inseguro, que usted no se integra a ellos. Además, nos informa la Dirección Administrativa que usted ha estado aquejado por tardanzas frecuentes completamente incompatibles con lo que necesita la Corporación.

Imposible, él ya había corregido todo eso. Fidel notó que se estaban agarrando de viejos problemas para tomar una decisión que estaba más que cantada. Qué aumento de salario, qué mejora de condiciones, lo iban a botar como basura. Mucho tiempo después, ya en otras circunstancias más favorables, recordaría la cara de perro del Director General (frente a la cual la del Jefe de Recursos Humanos parecía la de un sumiso pelele), que finalmente le dijo lo ya supuesto:

Es por eso, señor Fidel, que hemos decidido ponerle fin a nuestra relación laboral con usted. Hemos sido tolerantes con usted pero lo suyo ya traspasó los límites. Ha puesto en riesgo constante la imagen de la Corporación y por ello estas son las consecuencias.

El Director General, a quien Fidel no dejaba de ver como un perro fiel a quienes le pagan, mordedor de cualquier gesto de dignidad que le quede a cualquiera en el trabajo, no pudo ser más claro de la voluntad de La Corporación. Y el de Recursos Humanos, a pesar de ser consciente de sus avances, seguro no iba a decir nada en su favor. De nada sirvió que Fidel defendiera sus progresos, eso no había sido registrado, o que argumentase sobre su contrato estable, eso sólo era una ficción. Él simplemente se iba y punto.

Fidel supuso que todo este ritual lo harían con todos los despedidos que recientemente habían sido purgados de La Corporación. Se imaginaba minutos más tarde, saliendo con sus cosas e implementos guardados en el local del Instituto de Emergencias y otras Necesidades, con el alma quebrada aún más que sus bolsillos, desahuciado por su disconformidad. Todos sus compañeros declararon que no sospechaban que su salida iba a ser el comienzo de una larga serie de despidos que, con el amparo del sistema laboral peruano, iba a quitarle todas las caretas populistas a La Corporación. Ésta ya había hecho un buen dinero a costa del pueblo, pero ahora planeaba ponerse al servicio de las clases pudientes.

Mientras tanto, Fidel nadaba por el gran desagüe urbano, liberado en medio de la incertidumbre. A pesar del mucho brillo solar, se esforzaba por ver en algún local médico alguna nueva oportunidad laboral. De rato en rato, maldecía a La Corporación, con la misma fuerza con la que la había vivado en sus comienzos, completando el ciclo que todos los seres dignos recorren al pasar por ese infierno.