jueves, 17 de diciembre de 2015

Escatológica


Cuando el remolino del devenir anuncia el gran evento
entonces las alarmas de la caverna
que gobierna el cosmos
hacen prever un cataclismo
que afectará todo lo existente.

No serán suficientes los llamados al orden
esos intentos de secar la lava
con un vaso de agua
o parar los efectos del asma de la materia
con una respiración oxigenante del alma.

El revoltijo de los acontecimientos vendrá
como una gran y ciega voluntad
desde más allá de lo sensato
y ocasionará la muerte del fuego
hasta la próxima astucia de Prometeo.

martes, 24 de noviembre de 2015

Tristeza ajena


Así pues, en medio de la estación, te he encontrado a ti, respirando soledad. Cualquiera que sea el motivo, es claro que una pena te agobia. Y yo te entiendo. Créeme que te entiendo. Tu mirada perdida en el horizonte, tu rostro brillante por los restos de una lluvia interior, no hacen sino resaltar tu dulce piel. Hermosa apariencia, que ya no puede (ni quiere) seguir ocultando un alma destrozada, y renuncia a seguir fingiendo.

Palabras suaves las que pronuncias, que se pierden en el aire, al compás de lo que escuchas desde tus auriculares. ¿Música para recordar y no morir en el intento? O tal vez sea la voz grabada de alguien amado, llena de promesas de futuro en estado de suspensión. Los sonidos que brotan de tus labios emanan una triste y dulce sencillez, que encierra un profundo anhelo de trascender.

En tu gesto suplicante, tal vez pidiendo olvidar a gritos, me doy cuenta que existe una grandeza que merece ser narrada por un mejor escritor. Mientras llega ese momento, múltiples trenes pasarán, dispuestos a llevarte al destino que elijas. Yo solo te miro y admiro tu valentía, que te permite enfrentarte al que dirán con la fuerza de la ternura. Desde mi propio desconsuelo, te abrazo con la mente.

viernes, 30 de octubre de 2015

Ave que dudas en escapar de tu jaula


Ave que dudas en escapar de tu jaula cuando esta se abre, sé que ya no deseas seguir en ella. Pero buscas un horizonte seguro en tu futuro y, al no tenerlo, vacilas en quedarte o emigrar.

¿No sería acaso más valiente arriesgarse y volar al infinito, más allá de lo permitido por tu actual encierro? Si tan solo te atrevieras a extender tus alas blancas... ¡brillarías como un pájaro de fuego! 

Al fundirte con los vientos, créeme, alcanzarás dónde construir tu anhelado nido. Ahí, podrás fecundar lo mejor de tus posibilidades, en un árbol que sólo caerá por el designio de la naturaleza.

martes, 29 de septiembre de 2015

Elegía del vencido


Derribadas las murallas que me daban seguridad, destrozados los cuarteles que protegían mi dignidad, hoy sufro este estado de sitio. En medio de tanta zozobra, causada por espíritus verdugos que destruyen todo lo que amaba, me sobreviene la certeza de que el universo sigue existiendo, pero con completa carencia de significados. Y mi mente, testigo de mil horrores y sufrimientos, experimenta la reducción a lo sensible, sin posibilidades de interpretación optimista de lo venidero.

Ahora estoy preso. Cautivo de mis propias carencias y debilidades, he sido condenado a una vida sin meta disfrutable. Ya alguien me recordó, pretendiendo consolarme, que mi pena no será para siempre, que en algún momento seré liberado de este sufrimiento. Pero, ¡oh desventura!, fuera de la vergonzosa reclusión, sería condenado a algo peor: al alejamiento absoluto de mis ideales.

Cuando salga de aquí, los poderes establecidos me vigilarán y bloquearán mi derecho a ser feliz, disponiendo mi retiro a responsabilidades exclusivamente caseras. Entonces, empezaré a morir lentamente, pues ahí donde la (in)justicia constriñe a la inercia de lo doméstico, sin aventuras ni pasión, ahí mismo se empieza a recorrer el camino del eterno paréntesis. Lejos del fuego de la lucha, que encendía mi alma y daba sentido a mi existencia, deberé experimentar mil trabajos y vicisitudes desagradables, que solo me harán echar de menos la calidez originaria de la vida heroica.

domingo, 27 de septiembre de 2015

La utilidad de lo vacío


Empezaron por cuestionar las materias menos populares. De esa forma, lanzaron la pregunta con mayor posibilidad de tener la respuesta que esperaban: "¿Para qué sirve la filosofía?". De inmediato se discutió en todo el país y, como era de esperarse, llegaron a la conclusión de que la filosofía no servía para nada. En consecuencia, anularon la materia por aclamación popular. Era clarísimo que un curso que ayudase a tener una visión autocrítica era innecesario en un pueblo de gente con una fe inquebrantable.

Más tarde, a alguien se le ocurrió el primer exterminio masivo de cursos, un verdadero ideologicidio. Preguntó: "¿Para qué sirven las ciencias sociales?". Llevado el caso a debatir, resultaba evidente que ninguna materia que involucrase relatos sobre posibilidades de mejora colectiva, como la historia, la psicología, la geografía o la economía (la aburrida economía), tenía la suficiente credibilidad para ser aceptada. ¡Mejor ir a contarse relatos en los partidos políticos, o a transformarlos en chismes de barriada! Entonces, dicho y hecho, se anularon esos cursos de la currícula.

No pasó mucho tiempo antes de que se oyeran voces que preguntaban: "¿Para qué sirve leer?". Es que, en verdad, parecía una pérdida de tiempo, habiendo tantas urgencias en el mundo, dedicarle ociosos minutos a explorar el contenido de los libros. ¿Para qué, si ya todo estaba en internet, accesible desde metabuscadores? Efectivamente, muchos (sobre todo los más al tanto de los avances tecnológicos) estaban convencidos de que la proliferación de libros, que fue la base de la civilización pre-digital, actualmente estaba obsoleta, que era mejor contar con sus versiones virtuales, algo que permitiría el rápido copiado y pegado de textos, y garantizar lo único que era importante: la presentación de trabajos con un bonito diseño, aun cuando el contenido no fuera tan novedoso, y que incluso muchos de esos trabajos eran plagios. Es que, hoy en día ya no hay nada nuevo bajo el sol. Es así que se exterminó de la lista de cursos a la literatura y al razonamiento verbal. Fue el segundo ideologicidio. La masa festejó una nueva victoria de la sociedad pragmática.

Poco a poco los cursos eran más extensos, ya que no había demasiadas materias con las que copar los horarios de escuela, y los padres no estaban dispuestos a dejar que sus hijos llegaran más temprano a su casa. De la desaparición de la filosofía, las ciencias sociales y la lectura en las aulas, prosiguió el exterminio de las ciencias naturales, consideradas algo absurdo. Habiendo tanta naturaleza fuera, ¿para qué insistir con estudiarla entre cuatro paredes? Además que resultaba peligroso hacer experimentos en clase. Luego, continuó un lento exterminio de los contenidos matemáticos. Fue todo un debate, el momento más polémico del proceso, porque la gente no tenía muy claro que fuese inútil hacer cálculos. Sin embargo, llegaron a la conclusión de que sólo bastaba con saber sumar y restar para dedicarse a trabajar, y que ello puede aprenderse de manera autodidacta.

En suma, los grandes planificadores de la educación decidieron que todo lo desarrollado en la escuela había carecido de sentido siempre. Promovieron que una vida plena y carente de tensiones empieza dejando de exigir el aprendizaje obligatorio de las ciencias. Decretaron entonces la conversión oficial de las escuelas en centros de entretención del menor de edad. Su lema en ese sentido fue: aprendemos mejor si somos felices, pero si no aprendemos, al menos permanecemos felices. Los profesores nunca estuvieron más cómodos, ya que lo único que tenían que practicar era buenos chistes para mantener contento al público estudiantil. Y los padres sabían que al fin y al cabo, estaban comprando tranquilidad en sus casas con la ausencia de chicos que ellos no sabían controlar. Ya luego, cuando sienten cabeza, se preocuparían por incorporarlos a sus propios negocios.

En medio de tanta algarabía, nadie presagió lo que iba a suceder. Una noche, un alto representante del magisterio despertó con una duda: "¿Para qué sirve pensar?". Esto, sumado al hecho de que el mencionado representante hacia gala de una honestidad brutal (en realidad, más bruta que honesta), fue suficiente para que él llevara su duda a discutirla a las sesiones del ex Ministerio de Educación, hoy Ministerio de la Felicidad. Era esperable lo que iban a concluir: pensar no sirve para nada. Es más, era hasta pernicioso. Antes de emitir su decreto, y para evitarse discusiones sobre lo que para ellos era obvio, también establecieron la inutilidad del tener sentimientos e ideales en la vida. Nuestro tiempo, afirmaban convencidos, había revelado el completo sinsentido de toda actividad espiritual. Se decretó pues la afasia del alma. Prohibido pensar, hay que priorizar el producir sin descanso. Fue así que sobrevino el trágico final: todo pareció retroceder en el tiempo, el escepticismo destruyó toda estructura compleja de las mentes. Cuando por fin se hubo logrado la desaparición de todo esquema de pensamiento, los hombres ya no pudieron celebrar. Su felicidad se volvió mera alegría o respuesta de agrado, y la única manera que encontraron para canalizar esa emoción fue con lindos saltos de mono.

martes, 22 de septiembre de 2015

Melancolía friki


Te he buscado de nuevo, porque te volví a necesitar. Recuerdo que, cuando te tuve, me diste una experiencia que no tuve antes. Pero es inútil: estás inaccesible, y eso me duele bastante. Lo peor, es que yo fui quien cometió el error de alejarte de mi vida. Ahora, pago las consecuencias.

Todo este tiempo estuve buscando alternativas a lo que viví a tu lado. He sido optimista, pensando: un clavo saca otro clavo. Obligué a mi mente a recordar de que la realidad es fluir, y si tú ya no estás para mí, pues vendrán realidades nuevas a satisfacer mis necesidades del presente.

No ha faltado quien haya querido reemplazarte. La verdad, no necesito ni buscar. Las posibilidades se me aparecen espontáneamente, dispuestas a darme compañía y el apoyo que deseo. Y yo, pues, siempre estoy en la disposición de vivir mejores momentos que los que tú me diste.

Pero, ¡qué frustrante ha sido todo hasta ahora! Las nuevas experiencias no son tan buenas como las que tuve a tu lado. Contigo todo funcionaba de maravillas. Hoy, sólo saboreo alegrías mediocres. Estando con tus reemplazantes, no puedo evitar las comparaciones contigo. Me doy cuenta de que no soy como antes. Mi productividad ha decrecido, me falta tu presencia para impulsar mi inspiración.

Día a día, vuelvo a buscarte y sigues inubicable. En el límite del delirio, incluso sospecho que has cambiado de nombre, alterado tu identidad para que no pueda hallarte. Reconozco que te subestimé, y me arrepiento de haberte tratado de esa forma. Nunca sospeché que desinstalarte de la carpeta de programas iba a originarme tanto pesar... ya no se hacen aplicaciones de internet como tú.

viernes, 24 de abril de 2015

La Corporación


El día que lo iban a despedir, Fidel se bañó apresuradamente y, arreglándose a la volada, salió del edificio, que lo escupió a la calle. Ya suelto en el desagüe urbano, llegó rápidamente a su paradero donde tomó una mototaxi. Llegó a tiempo. Fidel se alegró el haber superado sus tardanzas pasadas, algo por lo que estuvo a punto de ser sancionado por sus jefes.

Él trabajaba en La Corporación, expresión usada tradicionalmente para designar al Instituto de Emergencias y otras Necesidades, que, según la publicidad, es una “reconocida compañía médica con una trayectoria de más de cuarenta años al servicio de los más necesitados y la población en general, y que cuenta con los mejores médicos y enfermeros de la ciudad”. A Fidel, que era enfermero de profesión, le gustaba el perfil progresista de La Corporación, y creía que su salario relativamente bajo era pasable en la medida que al menos le garantizaban un empleo estable, como en ningún otro lugar del Perú.

Empezó su jornada temprano, su papel en sala de emergencias le hacía testigo de muchas tragedias humanas, pero curiosamente le causaban menos tensiones que las recientes llamadas de atención que había recibido. Últimamente le observaban todo: desde su manera de vestir hasta su actitud a los pacientes. Un día, uno de ellos se quejó porque Fidel "lo había mirado mal" y tratado despectivamente. Aquella vez, le impusieron un memorándum haciéndole recordar que "los pacientes eran la razón de ser de La Corporación".

Lo extraño es que, en su incomodidad por la presión extrema, Fidel observaba que el resto de sus compañeros de labor cometían arbitrariedades el doble de graves que de lo que lo acusaban. ¿A ellos también les presionarían y reprenderían? ¿O es que había un especial interés en que él (justamente él) sintiera el poder de La Corporación? Junto a esas reflexiones, venían recuerdos relacionados con ciertas críticas que en alguna oportunidad deslizó sobre la precariedad de su paga. ¿Sería desde aquella vez en que La Corporación lo miraba con malos ojos?

Pero Fidel se había esforzado en ser leal. Muchos de sus compañeros decían de él que, a pesar de que no era muy conversador y más bien se mostraba aislado, se notaba cierta seriedad en su labor. Que era una pena que hubiese acabado como acabó, ya que la manera en que lo despidieron estaba creando zozobra entre los demás integrantes por su propia estabilidad, algo que en La Corporación no estaban teniendo en cuenta. Fidel había corregido cada una de las falencias que le observaron, claro que aparecían otras dificultades, pero también las iba corrigiendo en cuanto era consciente de ellas. Nada hacía prever lo que le hicieron.

A las 9 y 30 de la mañana del día que lo despidieron, Fidel estaba atendiendo a sus pacientes, cuando lo llamaron de la oficina de Recursos Humanos. El encargado de dicha área, que siempre esbozaba una sonrisa muy afable a todos sus dependientes, esta vez estaba acompañado del Director General. Fidel pensó que al fin iba a recibir el aumento de salario que tanto había anhelado con paciencia. Pero lo que recibió fue el siguiente informe:

Señor Fidel, queremos informarle que en la etapa que usted nos ha apoyado hemos podido observar problemas en su desempeño. Los pacientes se quejan de que usted no los trata con paciencia. Además, sus compañeros afirman verlo aislado e inseguro, que usted no se integra a ellos. Además, nos informa la Dirección Administrativa que usted ha estado aquejado por tardanzas frecuentes completamente incompatibles con lo que necesita la Corporación.

Imposible, él ya había corregido todo eso. Fidel notó que se estaban agarrando de viejos problemas para tomar una decisión que estaba más que cantada. Qué aumento de salario, qué mejora de condiciones, lo iban a botar como basura. Mucho tiempo después, ya en otras circunstancias más favorables, recordaría la cara de perro del Director General (frente a la cual la del Jefe de Recursos Humanos parecía la de un sumiso pelele), que finalmente le dijo lo ya supuesto:

Es por eso, señor Fidel, que hemos decidido ponerle fin a nuestra relación laboral con usted. Hemos sido tolerantes con usted pero lo suyo ya traspasó los límites. Ha puesto en riesgo constante la imagen de la Corporación y por ello estas son las consecuencias.

El Director General, a quien Fidel no dejaba de ver como un perro fiel a quienes le pagan, mordedor de cualquier gesto de dignidad que le quede a cualquiera en el trabajo, no pudo ser más claro de la voluntad de La Corporación. Y el de Recursos Humanos, a pesar de ser consciente de sus avances, seguro no iba a decir nada en su favor. De nada sirvió que Fidel defendiera sus progresos, eso no había sido registrado, o que argumentase sobre su contrato estable, eso sólo era una ficción. Él simplemente se iba y punto.

Fidel supuso que todo este ritual lo harían con todos los despedidos que recientemente habían sido purgados de La Corporación. Se imaginaba minutos más tarde, saliendo con sus cosas e implementos guardados en el local del Instituto de Emergencias y otras Necesidades, con el alma quebrada aún más que sus bolsillos, desahuciado por su disconformidad. Todos sus compañeros declararon que no sospechaban que su salida iba a ser el comienzo de una larga serie de despidos que, con el amparo del sistema laboral peruano, iba a quitarle todas las caretas populistas a La Corporación. Ésta ya había hecho un buen dinero a costa del pueblo, pero ahora planeaba ponerse al servicio de las clases pudientes.

Mientras tanto, Fidel nadaba por el gran desagüe urbano, liberado en medio de la incertidumbre. A pesar del mucho brillo solar, se esforzaba por ver en algún local médico alguna nueva oportunidad laboral. De rato en rato, maldecía a La Corporación, con la misma fuerza con la que la había vivado en sus comienzos, completando el ciclo que todos los seres dignos recorren al pasar por ese infierno.

sábado, 28 de febrero de 2015

Héctor


Era toda una rutina que él disfrutaba mucho. Lo que para otros es lo más aburrido del mundo, forrar libros, y encima ajenos, para Héctor era lo más sublime. Resulta que su trabajo de logística en la biblioteca de su universidad le parecía el refugio adecuado a toda la decadencia en la que se había sumergido su comunidad.

Esforzado estudiante, Héctor logró su ingreso a la Universidad ni bien salió del colegio. Lo curioso es que, mientras estaba en ese esfuerzo, no avisó de ello ni a su madre ni a su hermano mayor. Durante el último año del colegio, él había ahorrado casi todas sus propinas, quedándose sólo con lo justo para sus pasajes. En las tardes, luego de almorzar, viajaba a la biblioteca pública de su ciudad y se la pasaba leyendo y practicando ejercicios. Nunca se preparó en una academia.

Un día de marzo, Héctor se acercó a su familia y les dijo:

- Acabo de ingresar a la universidad, es necesario que mi propina aumente.

Su madre, que siempre lo había visto como un ser desvalido, se sorprendió ante la demostración de la capacidad de su hijo menor. Mirando a su primogénito, le dijo:

- Este te va a superar.

Su hermano mayor ni se inmutó. Diplomáticamente, le dijo: ya se verá. Estaba acostumbrado a estos gestos amorosos de su madre para con Héctor, y hasta los justificaba, ya que pensaba que en una familia quien merece apoyo emocional es el más débil, no el más fuerte. El más fuerte, por supuesto, era él.

Héctor, “el débil”, pareció demostrar esa condición cuando en su primer año de estudiante fracasó estrepitosamente en todas las materias. Se vio, de la noche a la mañana, obligado a repetir todo. Ello estuvo condicionado por una aventura que tuvo. Una chica, de la que se había enamorado, lo rechazó, porque ella ya salía con alguien. Su obsesión le llevó a acosarla tanto, que un día se acercó a su casa a darle flores en frente de su pareja. Por respuesta, recibió una cachetada de la chica, y un puñetazo de la pareja de ésta. La depresión que siguió a ello explica, en parte, su pobre desempeño académico ese año.

Desde ese momento, se propuso no volver a repetir dicho error. Por supuesto que ninguno de estos sucesos se los contó a su madre. Sólo cuando su hermano mayor descubrió por casualidad su reporte de notas, él argumentó:

- Tengo derecho a fallar, si recién estoy empezando.

El siguiente año, le vino la oportunidad de su vida. Al menos, él lo tomó así. Le ofrecieron formar parte de quienes atendían en la biblioteca central de su universidad. El-mejor-trabajo-del-mundo. En medio de libros, recepcionaba las novedades una vez que eran ingresadas a un complejo sistema bibliotecológico, y sólo había que darles el toque final, es decir, una forrada para su conservación para los próximos diez años. Desempolvar libros cada semana, de pasada que podías darle una leidíta. Todo sin apuros. El pago que recibía, una miseria de 200 soles mensuales, no ameritaba acelerar el paso, cosa que la Universidad tampoco le exigía.

Así se la pasó durante dos años de su preparación universitaria. En ese período pasó por las experiencias más sublimes, pero también las más trágicas. Una tarde, casi a punto de terminar la jornada de placer-trabajo, su hermano llegó, y en medio de lágrimas, le dijo:

- Héctor, madre ha sufrido un accidente de tránsito y está gravísima, tenemos que ir a verla al hospital.

Ni bien escuchó eso, salió disparado de la biblioteca. Estar al lado de la única mujer que lo había amado, pesaba más que una estancia en medio de libros, sobre todo cuando ella estaba en dificultades.

Llegada la hora de visitas de la tarde, entraron Héctor y su hermano a la sección donde estaba internada su madre. Antes de verla directamente, el doctor encargado les dijo:

- Muchachos, tienen que ser fuertes. Su madre aún está viva, pero su accidente ha sido tan grave que en cualquier momento morirá. Traten de darle una compañía de calidad en sus últimos momentos.

La noticia les cayó como un baldazo de agua fría. El hermano mayor comenzó a llorar desconsoladamente y hasta quiso maldecir a dios. En ese momento, y contra toda posibilidad previsible, Héctor le dijo:

- Carajo, tú sabes que madre está grave y vienes con lloriqueos propios de personas inestables. Vamos con calma, sécate esos ojos, he traído algo que le dará paz a su alma.

Tal carajeada logró que su hermano se allanara a la exigencia. A lo lejos, consciente de su próxima muerte, aunque en medio de dolores inmensos, la madre vio que sus hijos se acercaban.

Llegados a su lecho. Héctor y su hermano se arrodillaron frente a su madre, como quien se arrodilla frente a la estatua de una imagen sagrada. Ella les dio su bendición.

En eso, Héctor sacó algo de su morral, y le dijo a su madre:

Mamá, ¿te acuerdas cuando nos leías cuentos a mi hermano y a mí? ¿Y cómo nos quedábamos dormidos, curando las penas por tu separación con nuestro padre? Bueno, yo no me quedaba tan dormido. Te notaba que leías con nostalgia un ejemplar de La Madre de Gorki. Mira, aquí he sacado de la biblioteca una edición reciente de esa novela.

Entonces, le recitó los pasajes que a ella siempre le parecieron los más sublimes en esa obra: No se puede matar a un alma resucitada. La verdad y la razón no se pueden apagar ni con mares de sangre.

Ante esta demostración de cariño, la madre se conmovió profundamente, y el dolor dejó de importarle. Entonces Héctor la abrazó y se despidió. Cuando hizo lo propio, el primogénito se acercó a su madre y a manera de despedida le dijo:

- Descansa tranquila, madrecita, tenías mucha razón cuando dijiste que Héctor me iba a superar. Te prometo que no nos pelearemos nunca y honraremos de esa manera tu recuerdo.

La madre murió tranquila esa misma tarde, abrazando a sus hijos y al libro de su juventud y de su soledad. Al día siguiente, Héctor devolvió la obra a su lugar, y se hizo la firme promesa de llegar a ser algún día el director de esa biblioteca.

jueves, 26 de febrero de 2015

Lita


Sabía cuál era su posición en este mundo injusto. Desde que nació en una camada de mininos, Lita supo que tampoco entre los felinos las hembras son las más privilegiadas. Se había salvado de una muerte segura en el balde con agua y detergente que doña Leonor, una vieja de barriada, le tenía preparado a aquellas que habían nacido con su órgano genital.

Lita vio como sus hermanas morían una a una, y no supo cómo agradecer cuando el señor que guardaba su coche en el patio de doña Leonor le dijo: mi señora necesita una gata para que le mate todas las ratas que entran a la cocina. Aunque aún era muy pequeña para entender el lenguaje humano, la minina intuyó que su misión iba a ser convertirse en una asesina de roedores.

En la casa de don Pepe (que así se llamaba el caritativo chofer) Lita tuvo que pasar por la difícil sobrevivencia de haber sido destetada a sólo quince días de haber nacido. Sin embargo, algo sirvió la leche vacuna que le dio la esposa de don Pepe. Así pasó dos meses, creciendo en una caja que pusieron especialmente en el pasadizo. Hasta que se hizo fuerte.

Su primera misión vino antes de lo esperado. Una noche, apenas terminó de saborear un cuero de pollo, la mandaron a la cocina. Y la dejaron toda la madrugada. En eso, vio una sombra que emergía confiada. Nunca antes había visto una rata, pero cuando la vio, sintió que se le despertaba el instinto cazador. Fuerzas evolutivas ancestrales le vinieron, aunada a una febril sensación adrenalínica, lo que le permitió cazar a su primera víctima. Esa noche, tuvo su primera experiencia como verduga, y mientras descabezaba a la rata sintió un inmenso placer, sólo comparable con la experiencia de subirse a un árbol adornado en la navidad.

Dos meses después, la mujer de don Pepe quedó embarazada. Un día, mientras ella iba de compras, su vecina le aconsejó: doña, esa gata puede hacerle daño a su bebito, será mejor que la regale. Ese fue el fin de la vida de Lita en esa casa.

Don Pepe fue conminado a deshacerse de Michina (nombre que le pusieron en su familia). Para ese entonces, él ya no guardaba su carro donde doña Leonor, sino donde Pilar, una señora joven que tenía un patio más grande, más cerca de su casa. Un día mientras sacaba su carro, vio un par de pericotes apareándose en la esquina del patio. Fue en ese momento en que le propuso darle a la gata para que le resuelva su propia infestación.

Pilar aceptó el trato, así que Michina pasó a ser parte de su familia. Ahí fue donde la bautizaron como Lita. La gata se dio cuenta de que la casa era amplia, pero acogedora. Pronto descubrió que Pilar, que era separada, tenía dos hijos pequeños, muy traviesos. Lita aprendió a divertirse viéndoles. No se acercaba a ellos, porque no quería que les pasara alguna alergia.

A veces llegaba a la casa el padre de los niños, quien sólo se dedicaba a jugar con ellos y luego se iba. Lita odiaba a ese hombre, pues jamás la veía ni le daba una caricia, como sí hacían la totalidad de las demás visitas que tenía Pilar. Un día, mientras la señora había salido a comprar, escuchó una conversación telefónica que ese hombre tenía con otra mujer. Las frases dulces y suspiros que lanzaba, contrastaba mucho con la frialdad de su trato con Pilar. Entonces creyó entender por qué él no vivía ahí.

El hombre colgó el teléfono. Mirando alrededor, vio a Lita con las orejas bien paradas. Y, contra todo pronóstico, empezó a hablarle: ¡Ay, gatita! Si tuvieras voz tal vez le contarías todo a tu ama. Pero debes saber que yo me separé de ella antes de conocer a esta mujer con la que hablo. Claro que yo nunca se lo he dicho, esta mujer no es precisamente mía. Es una mujer que se pertenece a sí misma. A ti no te deben faltar los gatos que te siguen, ¿verdad? Pues a esta mujer tampoco le faltan los hombres que se enamoran de ella, tal vez yo sea uno más en su vida. Pero aun así, intentaré conquistarla.

Le mostró entonces una caja: Mira, aquí tengo chocolates, se los voy a regalar a la mujer con la que me has pillado hablando. Tú pensarás que soy un mal padre, que debería regalarle eso a mis hijos. Pero no, michita. Yo les proveo a ellos. E incluso la comida que comes es de mi dinero. Yo solamente quiero rehacer mi vida, y que tu ama también sea feliz. Si fueras una gata creyente, te pediría que rezaras para que todo salga bien para todos nosotros, y en particular para que yo sea aceptado por la mujer que amo.

Dicho esto, acarició amorosamente el lomo de la gata, y ella sintió una electricidad que sólo pueden transmitir los hombres auténticamente enamorados.

El discurso conmovió profundamente a Lita. Los felinos también se emocionan, y desde el principio de los tiempos siempre han estado con los humanos para ayudar en lo que sean necesarios. En ese plano, la única diferencia es que los gatos no creen en Dios, así que no pueden rezar. En lugar de eso, Lita decidió ayudar al hombre en sus propósitos, de una manera fundamental para ella.

Mientras el hombre se arreglaba para ir a ver a su ser adorado, ella aprovechó para sacar rápidamente la caja de chocolates. Sacó uno a uno los mismos, y los puso en la bolsa de dulces de sus niños. Luego de realizar otra acción, cerró rápidamente la caja y de una manera delicada la puso tal como estaba antes de sacarla. Justo a tiempo. El hombre salió. Justo en ese momento llegó también Pilar, lo cual significaba que él se iba. Antes de hacerlo, le susurró a la michina:

- Gracias por todo lo que tus rezos puedan hacer por mí hoy.

Lita pues vio irse a ese hombre proteico, obligado por las circunstancias a ser padre responsable de día, y amante amoroso de noche, sin que haya destino que le permita ser ambas cosas en el mismo lugar. Sin embargo, estaba convencida de haber realizado una buena acción. ¿Qué mejor padre que les deja deliciosos chocolates a sus hijos, mientras le entrega a su amada una primorosa caja llena de restos de ratas seleccionados, una delicia digna de las mejores demostraciones de amor?

Desde ese día, Lita intuyó que su vínculo con ese hombre iba a ser más que especial.