jueves, 26 de febrero de 2015

Lita


Sabía cuál era su posición en este mundo injusto. Desde que nació en una camada de mininos, Lita supo que tampoco entre los felinos las hembras son las más privilegiadas. Se había salvado de una muerte segura en el balde con agua y detergente que doña Leonor, una vieja de barriada, le tenía preparado a aquellas que habían nacido con su órgano genital.

Lita vio como sus hermanas morían una a una, y no supo cómo agradecer cuando el señor que guardaba su coche en el patio de doña Leonor le dijo: mi señora necesita una gata para que le mate todas las ratas que entran a la cocina. Aunque aún era muy pequeña para entender el lenguaje humano, la minina intuyó que su misión iba a ser convertirse en una asesina de roedores.

En la casa de don Pepe (que así se llamaba el caritativo chofer) Lita tuvo que pasar por la difícil sobrevivencia de haber sido destetada a sólo quince días de haber nacido. Sin embargo, algo sirvió la leche vacuna que le dio la esposa de don Pepe. Así pasó dos meses, creciendo en una caja que pusieron especialmente en el pasadizo. Hasta que se hizo fuerte.

Su primera misión vino antes de lo esperado. Una noche, apenas terminó de saborear un cuero de pollo, la mandaron a la cocina. Y la dejaron toda la madrugada. En eso, vio una sombra que emergía confiada. Nunca antes había visto una rata, pero cuando la vio, sintió que se le despertaba el instinto cazador. Fuerzas evolutivas ancestrales le vinieron, aunada a una febril sensación adrenalínica, lo que le permitió cazar a su primera víctima. Esa noche, tuvo su primera experiencia como verduga, y mientras descabezaba a la rata sintió un inmenso placer, sólo comparable con la experiencia de subirse a un árbol adornado en la navidad.

Dos meses después, la mujer de don Pepe quedó embarazada. Un día, mientras ella iba de compras, su vecina le aconsejó: doña, esa gata puede hacerle daño a su bebito, será mejor que la regale. Ese fue el fin de la vida de Lita en esa casa.

Don Pepe fue conminado a deshacerse de Michina (nombre que le pusieron en su familia). Para ese entonces, él ya no guardaba su carro donde doña Leonor, sino donde Pilar, una señora joven que tenía un patio más grande, más cerca de su casa. Un día mientras sacaba su carro, vio un par de pericotes apareándose en la esquina del patio. Fue en ese momento en que le propuso darle a la gata para que le resuelva su propia infestación.

Pilar aceptó el trato, así que Michina pasó a ser parte de su familia. Ahí fue donde la bautizaron como Lita. La gata se dio cuenta de que la casa era amplia, pero acogedora. Pronto descubrió que Pilar, que era separada, tenía dos hijos pequeños, muy traviesos. Lita aprendió a divertirse viéndoles. No se acercaba a ellos, porque no quería que les pasara alguna alergia.

A veces llegaba a la casa el padre de los niños, quien sólo se dedicaba a jugar con ellos y luego se iba. Lita odiaba a ese hombre, pues jamás la veía ni le daba una caricia, como sí hacían la totalidad de las demás visitas que tenía Pilar. Un día, mientras la señora había salido a comprar, escuchó una conversación telefónica que ese hombre tenía con otra mujer. Las frases dulces y suspiros que lanzaba, contrastaba mucho con la frialdad de su trato con Pilar. Entonces creyó entender por qué él no vivía ahí.

El hombre colgó el teléfono. Mirando alrededor, vio a Lita con las orejas bien paradas. Y, contra todo pronóstico, empezó a hablarle: ¡Ay, gatita! Si tuvieras voz tal vez le contarías todo a tu ama. Pero debes saber que yo me separé de ella antes de conocer a esta mujer con la que hablo. Claro que yo nunca se lo he dicho, esta mujer no es precisamente mía. Es una mujer que se pertenece a sí misma. A ti no te deben faltar los gatos que te siguen, ¿verdad? Pues a esta mujer tampoco le faltan los hombres que se enamoran de ella, tal vez yo sea uno más en su vida. Pero aun así, intentaré conquistarla.

Le mostró entonces una caja: Mira, aquí tengo chocolates, se los voy a regalar a la mujer con la que me has pillado hablando. Tú pensarás que soy un mal padre, que debería regalarle eso a mis hijos. Pero no, michita. Yo les proveo a ellos. E incluso la comida que comes es de mi dinero. Yo solamente quiero rehacer mi vida, y que tu ama también sea feliz. Si fueras una gata creyente, te pediría que rezaras para que todo salga bien para todos nosotros, y en particular para que yo sea aceptado por la mujer que amo.

Dicho esto, acarició amorosamente el lomo de la gata, y ella sintió una electricidad que sólo pueden transmitir los hombres auténticamente enamorados.

El discurso conmovió profundamente a Lita. Los felinos también se emocionan, y desde el principio de los tiempos siempre han estado con los humanos para ayudar en lo que sean necesarios. En ese plano, la única diferencia es que los gatos no creen en Dios, así que no pueden rezar. En lugar de eso, Lita decidió ayudar al hombre en sus propósitos, de una manera fundamental para ella.

Mientras el hombre se arreglaba para ir a ver a su ser adorado, ella aprovechó para sacar rápidamente la caja de chocolates. Sacó uno a uno los mismos, y los puso en la bolsa de dulces de sus niños. Luego de realizar otra acción, cerró rápidamente la caja y de una manera delicada la puso tal como estaba antes de sacarla. Justo a tiempo. El hombre salió. Justo en ese momento llegó también Pilar, lo cual significaba que él se iba. Antes de hacerlo, le susurró a la michina:

- Gracias por todo lo que tus rezos puedan hacer por mí hoy.

Lita pues vio irse a ese hombre proteico, obligado por las circunstancias a ser padre responsable de día, y amante amoroso de noche, sin que haya destino que le permita ser ambas cosas en el mismo lugar. Sin embargo, estaba convencida de haber realizado una buena acción. ¿Qué mejor padre que les deja deliciosos chocolates a sus hijos, mientras le entrega a su amada una primorosa caja llena de restos de ratas seleccionados, una delicia digna de las mejores demostraciones de amor?

Desde ese día, Lita intuyó que su vínculo con ese hombre iba a ser más que especial.

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